El
diestro Fernando Roca Rey, también conocido como "El Ciclón de Lima",
lidió un manso encierro de La Viña junto a Vicente Barrera y Jairo
Miguel que finalizó sin premios.
En el corazón de la cordillera peruana y rodeada
de montañas que agrupadas forman un precioso corredor hacia la selva
amazónica, está situada la taurina ciudad de Palca. Pertenece a la
provincia de Tarma que en tiempos coloniales cobijó a los ejércitos
españoles que custodiaban este estrecho acceso a los andes, siempre en
alerta ante cualquier sublevación del oriente, como aquella liderada por
Juan Santos Atahualpa en el s. XVIII.
El
establecimiento de cuadras de caballos entrenados para la batalla, debió
favorecer la difusión de la tauromaquia en estos territorios. Desde
aquellas épocas, Palca, Tarma, Acobamba, Huasa Huasi y muchas otras
poblaciones cercanas han cultivado esta tradición que es distintiva de
nuestra identidad, que conjuga lo andino con lo ibérico. A mitad del
siglo pasado, el infortunio y la fe convirtieron a Santo Domingo de
Guzmán en el Patrón de este distrito, que desde entonces lo celebra con
la lidia de astados.
La plaza de toros de Palca se
encuentra asentada en una pequeña llanura a la entrada a la ciudad, a
pocos pasos del río Tarma y la autopista que conduce a Lima (Perú). Es
un edificio sencillo, de planta circular a base de concreto, con cuartos
privados al nivel del ruedo y, sobre ellos, una gradería de doce filas
cubierta por un tejado que reposa sobre la arquería de madera. La línea
arquitectónica del viejo coso de Acho tuvo notoria influencia en el
diseño de esta plaza, al igual que en otras anteriores como la “Juan Belmonte”
de Tarma o aquella de la ciudad de Cuzco, ambas demolidas hace ya
varias décadas. El coso es relativamente joven. Una placa colocada al
ingreso del patio de cuadrillas recuerda que la inauguración tuvo lugar
en 1964, acontecimiento que fue apadrinado por José Antonio Dapelo,
ganadero de Las Salinas.
El pasado 5 de agosto, con los tendidos llenos y bajo los acordes de la banda de Cora-Cora, recorrió este atractivo albero la terna encabezada por Vicente Barrera, vestido de blanco y azabache, Fernando Roca Rey de verde y oro y Jairo Miguel de corinto y oro.
El encierro de La Viña que hoy pertenece a Aníbal Vázquez,
estuvo bien presentado pero defraudó por su mansedumbre. El acusado
defecto los acompañó hasta la muerte -en todos los casos- al abrigo de
la barrera. Pero sobre todo, a la corrida le faltó fuerza. Si hubiesen
tenido “motor”, habrían dado buen juego, pues todos embistieron
con nobleza y la mayoría humillando ante las telas. El ganadero debe
subir la chispa a estos toros. Casta tiene pero debe superar estos
deméritos. Es claro ejemplo de lo que ocurre cuando el esfuerzo se
concentra en la nobleza que le acomoda a los toreros, descuidando el
poder y la emoción que debe trasmitir el toro de lidia. El peligro es el
pilar que cautiva al aficionado, quien es el que sostiene a la fiesta.
El valenciano Vicente Barrera,
quien ahora hace campaña en el interior, no tuvo suerte con su lote. El
primero era tardo y probón, siempre aguardando con fijeza para acometer
sobre seguro. Condición que sumada a la mansedumbre, complicó su lidia.
La buena vara de César Caro no alteró su juego y los
de plata pasaron apuros para cumplir su tarea. El diestro se avocó a la
obra y a pesar de las serias complicaciones, supo cubrir la papeleta.
Destacó en varios pasajes, especialmente en los muletazos a pies juntos y
las manoletinas finales. Culminó en dos tiempos, llevándose una
merecida ovación.
La poca fuerza del cuarto ocultó su buena
embestida. Se enceló en el caballo, recibiendo tanto castigo que quedó
casi inválido. Barrera lo cuidó llevándolo a media altura, pero el
astado era soso y se desentendía a la mitad del viaje para buscar las
tablas. Mató de dos intentos y recibió otra ovación.
El primero de Roca Rey fue
un manso de solemnidad que apareció andando para buscar el rincón más
alejado en donde nada pudiera molestarle. La huida fue el signo
constante, a pesar que mejoró con la vara de Ángelo Caro,
luego intentarlo por todo el redondel. Roca Rey hizo más de lo que era
exigible, pero sus intentos naufragaron por el irremediable defecto.
Conviene
recordar que la suerte de varas es indispensable para hacer embestir a
esta clase de mansos. En estos casos, las reglas del primer tercio
quedan subordinadas al objetivo esencial: picar al toro. Sumados tres
intentos detrás de las líneas concéntricas, el caballista puede picar en
cualquier lugar del redondel.
El quinto tenía clase y por eso lo
cuidó de salida. Con un picotazo quedó listo para el segundo tercio, en
el que el propio diestro se lució colocando garapullos. Seguidamente,
brindó la muerte al Sr. Antonio Pecho, responsable del festejo.
El
valor de Roca Rey no admite dudas. De eso anda sobrado y lo demostró al
iniciar de rodillas, citando en corto a un burel que tenía poca fuerza.
La emoción inundó los tendidos que respondieron con el grito de “Perú –
Perú”. La faena la estructuró aprovechando el buen pitón derecho,
ligando los pases y rematando con cambiados. Perdió las orejas con un
espadazo baja.
Jairo Miguel es un buen torero
de finas maneras que se gusta mucho al torear, tanto en lo fundamental
como en los adornos. Su toreo a la verónica es lento, suave y reposado.
Pero su mayor virtud es el temple, clave esencial del toreo moderno con
el que se puede a los toros, como a estos de La Viña, que había que
tirar de ellos.
Toreó con temple y suavidad al tercero que, como sus
hermanos, tenía poca fuerza. Y por eso, las series fueron de tres pases
y el remate, todo a media altura y con la muleta retrasada. Así logró
los mejores muletazos por derechazos y naturales, algunos bajándole la
mano. Perdió los premios por alargar demasiado el trasteo. Por eso le
fue tan difícil colocarlo para la suerte final. Pinchó abajo para luego
dejar una rinconera que lo hizo doblar.
Con la noche encima, el
apuro lo llevó al toreo accesorio, para de ese modo tentar una oreja que
sería suficiente para erigirse en triunfador. La penumbra frustró sus
ilusiones, fallando con la espada, al igual que sus alternantes.
Al
despedirse la terna, una multitud rodeó a Fernando Roca Rey para
acompañarlo en una bulliciosa salida. Es gratificante que el Perú tenga
un torero que cautive el interés popular. Fernando es ídolo indiscutible
en las provincias. La cátedra conservadora podrá discrepar de su estilo
como de sus apariciones mediáticas, pero jamás podrá negarle ese
espíritu infatigable que ha derramado por todo el Perú, fortaleciendo la
fiesta en su conjunto.
Dr. Jaime de Rivero Bramosio